sábado, marzo 29, 2008

Líbranos del mal (2001)

El Ministerio de gestión había aprobado el pedido. Atónitos representantes y representados, tartamudeaban ante la consulta sobre la posibilidad de llevar a cabo aquel proyecto. Al fin y al cabo lo que todos querían, lo que todos pedían, podría hacerse realidad. Casi como por arte de magia. Se ahorrarían millones y millones en cuestiones innecesarias: juicios, cárceles, apelaciones y custodias. No habría más lugar a la opinión. Ellos, los burócratas, lo habían logrado..
El líquido era importado. El líquido era la salvación. El líquido marcaría a los buenos de los malo: así de sencillo: el verde indicaría la maldad. Durante años habían pedido las cosas en su lugar. Durante años se pedía saber quien era quien. Durante años habían estado desenmarañando el bien y el mal. Pero siempre se equivocaban. Apenas se supo de su existencia nadie salió a la calle. Para qué, ya no había motivos. Apenas se supo de su existencia corrió un alivio: al fin el otro dejaría de ser una amenaza. Al fin no habría que preocuparse más por protegerse. Al fin.
El costo era alto, y en dólares. Se hicieron tareas de costo beneficio. Ahí residía la fortaleza del proyecto. Ese día todos deberían salir a la calle. Un férreo control militar haría que todos estuvieran fuera. Una lluvia escasa, una garúa verde, dejaría ver quien era quien. Tantas promesas previas, tantos vestidos de verde lo habían prometido y nunca lo habían resuelto. Al fin y al cabo, muchos habían disfrutado de diez años y ahora nadie sentía culpa. Ahora todos estaban contra, contra todo lo que estaba mal. De última hasta ahora nadie había sido marcado. Nadie se hacía cargo, ahora los otros eran los ladrones, los otros eran los asesinos. Problema resuelto. En la radio, los oyentes dejaban mensajes de alegría y alivio. Soy Susana de Pompeya, ahora si habrá justicia. Los ladrones, los que se robaron el futuro podrán ir en cana sin chistar. Que se vayan todos. No nos gusta nadie. La jornada era por demás calurosa. Una buena lluvia sería lo más agradable que podía pasar. Máxime si era la lluvia salvadora. La lluvia verde. La única. Sería un empezar de nuevo. Un nuevo país. El presidente no estaba seguro de hacerlo. De todas formas el mismo había firmado días atrás un decreto que otorgaba poderes extraordinarios al Ministerio de gestión. Si bien días después la Corte Suprema lo declaró nulo, nunca nadie se enteró: su secretario acercó al tribunal la propuesta de hacer público el cassette y el video. Ahora eran sus mejores aliados. De todas formas conseguirían buen resguardo. Publicaron una Declaración de apoyo al Ministerio. Los del Ministerio eran viejos conocidos, pero habían salido dos o tres veces al balcón, luego de gestionar medidas populares. Los que siempre estuvieron de acuerdo, los que siempre estuvieron en contra, a los que les daba igual. Todos estaban de acuerdo. Si aparecía alguna voz contraria, era muy sencillo: sospechoso. Ya quedaría marcado. Era inevitable, insoslayable. Imposible de evitar. Nadie osó dudar de semejante acción. La sola duda era sospechosa. Una vez más la salvación. Una vez más la santa palabra. Una vez más alguien haría el trabajo sucio. Aunque ahora no era tan sucio. La lluvia todo lo limpiaría, todo lo marcaría, todo lo discriminaría. Todo lo determinaría. Las mentes más sencillas celebraban la buena nueva. Yo no tengo nada que ver, yo quiero que los ladrones estén en cana y sacó de su bolsillo la moneda del año 85 para la máquina del colectivo. Mientras olvidaba su elección, repetida elección, y a su licuadora, y las fotitos de Miami, con ese mar, ese mar tan claro como la verdad misma. Deberíamos tener un mar así acá. Ni el mar es bueno. Aunque ahora eso no importaba. Ahora seríamos los primeros del mundo. Los únicos en poner en práctica este innovador método, este blanqueador, que no distinguiría entre ricos y pobres, al fin Igualdad. Uy igualdad, dijo la voz de la TV, Ojo que no se tome esto como una forma de emparejar para abajo. No, no, de ninguna manera. Esto pondrá las cosas en su lugar. Como una especie de juicio final. En Cuba rechazan este método. Y claro, si no se les acaba el negocio, el negocio de la miseria. En definitiva, sólo el capitalismo nos permite esto. Quien esté libre de culpa y cargo, que apriete el botón. A la hora señalada, nadie salió. Para qué, si seguro es trucho...

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